"Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra." (Hechos 1:8)
"Y habiéndo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo." (Hechos 1:9-11)
En estos versículos se encuentra gran parte de la esencia del verdadero creyente, así como la actitud esperanzadora, cargada de fe, que debe caracterizar a los cristianos. La esencia del discípulo es la de un testigo que declara las virtudes de un Salvador que está vivo y rescata al ser humano de las tinieblas para llevarle a luz admirable (1 Pedro 2:9). Las mismas obras que Jesús hizo cuando estuvo en este mundo son las mismas obras que sigue haciendo en el corazón de cada creyente.
Para que un testigo sea confiable, debe ser alguien que posee credibilidad. El creyente adquiere credibilidad cuando mantiene una relación viva con el Espíritu de Dios. Cuando el Espíritu Santo permanece sobre el corazón del creyente derrama poder sobrenatural para que el carácter sea transformado, y arroje buenos frutos. Él nos hace fieles reflejos de su paz y gozo, aún en medio de los tiempos más difíciles; Sólo Él levanta la mirada del creyente cansado y agobiado, para que este recuerde que ha recibido un reino inconmovible, para que con gratitud pueda seguir sirviendo a Dios con temor y reverencia, hasta llegar a la ciudad del Dios vivo (Hebreos 12: 22, 28).
Así como los discípulos no podían quitar la mirada de Jesús mientras partía a la diestra del Padre, y así como el apóstol Pablo alentó a los Hebreos cristianos, nosotros volvamos a la misma actitud de fe, y, "puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan facilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la verguenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios." (Hebreos 12:1-2; LBLA).
Así como los discípulos miraban a Jesús, todo aquel que ha visto y sentido a Cristo necesita poner los ojos del corazón en Él, ya que solamente Él le da vida y rumbo a nuestra fe. Sólo Cristo es capaz de quitarnos el peso del pecado; sólo Él pone gozo en nuestra vida para soportar las aflicciones; sólo por medio de Él podemos menospreciar toda clase de verguenza sufrida; sólo Él intercede por nosotros delante del Padre; y solamente Él nos da la fuerza para continuar en la carrera de la fe.
Ya que lo hemos visto, busquemos la llenura del Espíritu Santo sobre nuestros corazones, y así conservemos la verdadera esencia del cristiano: ser testigo fiel de Jesús. En el contexto de pedir principalmente la llenura del Espíritu Santo, Jesús nos dice en su Palabra: "porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá" (Mateo 7:9), así que antes que pedir otras cosas, nuestra prioridad es la llenura de su Espíritu para que nos guíe a toda verdad.
Para los primeros discípulos, Jerusalén era su hogar; Judea y Samaria, su región: el lugar donde se desenvolvían como sociedad; Y lo último de la tierra, los lugares que aún no conocían. De la misma forma, con cada parte de nuestro ser y circunstancia, reflejemos a Cristo en nuestro hogar, en nuestro entorno social cotidiano, e incluso en los lugares que no hemos alcanzado aún.
Que el Espíritu Santo nos ayude para proclamar, con toda certidumbre y credibildiad, que hemos visto a Cristo: que Él cambió nuestro corazón, y que nuestra esperanza final está en el regreso de Cristo por su Iglesia.