Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
Por lo cuál, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos.
2 Corintios 3:18 - 4:1
El ministerio al que Dios nos ha llamado es simplemente glorioso. Deberíamos estimarlo cómo uno de los pilares más valiosos sobre los que construimos nuestras vidas personales y familiares, pues este "nuevo camino" (traducción del término "ministerio") encuentra su esencia y valor más alla de toda práctica litúrgica. Se trata del poder que Dios nos da para entrar en su presencia, mirar su gloria a cara descubierta, y ser transformados a su imagen por el poder del Espíritu de Cristo. ¿Cuántas personas hoy en el mundo pueden gozar de este fundamento?
Casi siempre pensamos en el ministerio como algo que nosotros hacemos para Dios, y para edificar al cuerpo de Cristo. Si bien esto es cierto, también debemos pensar en el ministerio como una senda de dos vías. La vía principal es Cristo ministrando a nuestros corazones cada segundo; es su gloria transformando y renovando nuestras fuerzas, nuestros pensamientos, nuestras emociones y acciones; es su Espíritu intercediendo por nosotros en cada necesidad (Ro. 8:26-28) (Ro. 8:34). De tal manera que el ministerio se trata, en primer lugar, de humillarnos para recibir lo que Cristo sabe que necesitamos cada día.
La vía secundaria somos nosotros, ministrando con libertad y gratitud al corazón de Dios. Llenos del poder de su Espíritu, lo exaltamos, lo adoramos, y le agradecemos. Es aquí, cuando lo que hemos contemplado en el espejo de la gloria de Dios, podemos reflejarlo y ministrarlo al cuerpo de Cristo, para que ellos también sean transformados y renovados a la imagen del Salvador.
¿Qué es, específicamente, lo que podemos ver en el espejo de la gloria de Dios, según el apóstol Pablo escribe en este contexto? Se trata de la gloria del nuevo pacto de Dios. Miremos un poco más de cerca la gloria que encontramos en el nuevo pacto:
El nuevo pacto es glorioso, porque es Dios poniendo sus leyes en nuestra mente, y escribiéndolas en nuestro corazón. Es Dios, siendo nuestro Dios, y nosotros siendo su pueblo. Es Dios siendo propicio a nuestras injusticias, y olvidándo para siempre nuestros pecados e iniquidades, por medio de Cristo (Hebreos 8:10-12).
El nuevo pacto es glorioso, porque es un pacto que vivifica nuestro espíritu cuando nos sentimos débiles. Es el mismo Espíritu que levantó a Jesús de los muertos, morando en nosotros, y vivificando nuestros cuerpos mortales (Ro. 8.11) (2 Co. 3:6).
El nuevo pacto es glorioso, porque es el ministerio que fluye en abundancia para justificar al más vil pecador, y permanecer en Cristo, sin ser removidos (2 Co. 3:9-11).
El nuevo pacto es glorioso, porque es el Espíritu Santo trayendo libertad al corazón de las personas, y así, ellas se conviertan al Señor (2 Co. 3:16-17).
A Dios le ha placido tener misericordia de nosotros, y darnos este ministerio; esta nueva forma de caminar en Cristo. Y si permanecemos mirándole a Él, y siendo transformados de gloria en gloria a su semejanza, Dios nos hará cada día ministros competentes del nuevo pacto (2 Co. 3:6).
Muchas veces, por muchas razones, quisieramos desfallecer, y darnos por vencidos en el ministerio; pero no lo hagamos, porque Dios ya ha resplandecido en nuestro corazón, y nos ha iluminado para que conozcamos la gloria de Dios en el rostro de Jesús. Pero recordemos que somos frágiles vasos de barro, que contienen todo este valioso tesoro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no nuestra (2 Co. 4:6-7).
Todas las cisrcunstancias que tocan nuestra vida (en especial las que más nos preocupan hoy) pueden ser transformadas por el Espíritu Santo, conforme a la imagen de Jesús, así que no desmayes.