Devocional 14
Ya se acerca el fin del mundo. Por eso, sean responsables y cuidadosos en la oración. Sobre todo, ámense mucho unos a otros, porque el amor borra los pecados. Reciban en su casa a los demás, y no hablen mal de ellos, sino hagan que se sientan bienvenidos. Cada uno de ustedes ha recibido de Dios alguna capacidad especial. Úsela bien en el servicio a los demás. Si alguno sabe hablar bien, que anuncie el mensaje de Dios. Si alguno sabe cómo ayudar a los demás, que lo haga con la fuerza que Dios le da para hacerlo. De este modo, todo lo que ustedes hagan servirá para que los demás alaben a Dios por medio de Jesucristo, que es maravilloso y poderoso para siempre. Amén. 1 Pedro 4: 7-11 (TLA)
Algunas de las mejores experiencias que podemos disfrutar en la vida están relacionadas con la hospitalidad. Todos nos sentimos bien cuando somos bien recibidos en algún lugar. Nos agrada recibir un saludo sonriente, las atenciones amables, y que nos hagan sentir bienvenidos a cualquier lugar al que vamos. Por el contrario, resulta muy incomodo cuando visitamos algún lugar donde el trato es hostil, o se nota que las personas no están cómodas con nuestra presencia, o entre ellas mismas. Esto se hace visible en la falta de atención, en una mala cara, o en las malas actitudes, y a nadie le gusta permanecer en algún lugar así por mucho tiempo. A veces, aunque las malas actitudes no sean directamente hacia nuestra persona, es suficiente con el hecho de que las personas que nos reciben estén disgustadas entre sí, o en desacuerdo mutuo, para hacernos sentir incómodos.
Este tiempo de dispersión y dificultad, que todos hemos experimentado, nos recuerda que este mundo es frágil y transitorio, que estamos en un mundo que envejece, y que un día, por la palabra de Dios, el cielo y la tierra pasarán. Y la iglesia, el cuerpo de Cristo, es el lugar donde los corazones sedientos pueden encontrar la reconciliación con Dios, y el mensaje de vida eterna que Jesús ofrece para los que están trabajados y cansados de las cargas del mundo.
La iglesia es el lugar donde la hospitalidad y el amor toman un papel relevante para que, por medio de servirnos unos a otros en amor, y por medio de orar unos por otros, las personas puedan experimentar el poder y las maravillas de Jesús, y todos alabemos juntos a Dios para siempre. Este es el objetivo primordial de la iglesia.
En Juan 15:16 Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi Nombre, Él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros.”
Aquí descubrimos la esencia misma de servir y de orar. Jesús nos eligió, a todos, para que llevemos fruto, y ese fruto permanezca. El fruto es el servicio que ofrecemos por amor a Dios y a las personas. El fruto es utilizar las diferentes capacidades que Dios nos da con el fin de que todos juntos podamos alabar a Dios y conocerlo más cada día.
Luego, Jesús nos dijo: “para que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se los dé.” Aquí se encuentra descrita la oración. La oración es el lenguaje, es el camino, mediante el cuál podemos traer nuestras peticiones y necesidades delante de Dios. Así que, en estas palabras de Jesús se encuentra la esencia de servir y orar. Servir es el fruto, y orar es pedir en el Nombre de Jesús.
Pero la esencia, el fundamento, y el corazón de servir y orar, es el amor mutuo. Porque inmediatamente después de enseñarnos el servicio y la oración, Jesús nos dice, “Esto os mando: Que os améis unos a otros.” Podemos orar con todo el corazón por largas horas, podemos servir incansablemente, semana tras semana, día tras día, pero si no estamos viviendo cabalmente el mandamiento de amarnos unos a otros teniendo actitudes verdaderamente hospitalarias dentro del cuerpo de Cristo, somos solamente ruido, palabras vacías, que no impactan al mundo que pretendemos alcanzar para la gloria de Jesús.
La verdadera hospitalidad va más allá de recibir a alguien en tu casa. La hospitalidad cristiana se trata de un carácter, una actitud, una palabra, que haga sentir bienvenidos a todos los hermanos que nos rodean. El carácter hospitalario es aquel que sirve con toda su fuerza, pero sin quejarse por llevar esa carga. El amor mutuo que Cristo nos manda es un amor sacrificado, que consiste en soportar las ofensas sin quejarse, llevar las cargas sin hablar mal de los hermanos, servir y recibir a todos por igual, sin importar las diferencias que pudiéramos tener entre nosotros. Que tus palabras, tu sonrisa, tu conversación, y tus actitudes sean un esfuerzo, y muchas veces un sacrificio, por hacer sentir bien recibido en tu vida a cualquier hermano en la fe. Que los demás sientan la confianza de acercarse a ti, porque saben que son bien recibidos en tu corazón.
Hermanos, solamente practicando la hospitalidad cristiana lograremos que nuestro fruto permanezca y que nuestras oraciones sean escuchadas y respondidas por el Padre celestial. Y no solo esto, sino que el amor mutuo borrará muchos de nuestros pecados, porque cuando el amor fluye entre los hermanos se acaban los pleitos, los celos, las contiendas, los chismes, las envidias, las murmuraciones, la venganza, y muchos pecados similares que ofenden a Dios.
Recuerda siempre que el corazón de servir y orar se encuentra ser cristianos verdaderamente hospitalarios unos con otros.