LA BATALLA LEGÍTIMA



DEVOCIONAL 18

“Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.”

Efesios 6:10-13

 

“…esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.”

Zacarías 4:6

 

Hace algunos años escuche una brillante ilustración de un reconocido pastor, cuyo testimonio de servicio e integridad ha sido ejemplar, acerca de la forma en la que debemos pensar sobre el diablo y sus acechanzas, hacia los creyentes particularmente. En su analogía el relataba que, siendo aún muy joven, él salía junto con sus amigos a matar serpientes al campo, puesto que debían de proteger el campamento juvenil anual de su iglesia del acecho de este tipo de reptiles. Salían con palos gruesos y golpeaban a las serpientes en la cabeza, y luego debían cortarles la cabeza con machetes ya que, aún muertas, las serpientes guardan cierta cantidad de veneno en los colmillos que puede lastimar e infectar por accidente a alguien más. Y también comentaba que, incluso sin cabeza, el cuerpo de las serpientes se enroscaba en los palos en los que las recogían ya muertas, ya que aún muertas y sin cabeza, todavía tienen la capacidad de enroscarse sobre cualquier cosa.

Lo que esta analogía nos enseña es que Jesús venció al diablo, le cortó la cabeza en la cruz del calvario, lo humilló y lo exhibió; pero aún muerto y sin cabeza, el diablo es como aquellas serpientes que todavía conservan cierta cantidad de veneno en los colmillos y se “enrosca” para intimidar y lastimar a los hijos de Dios. Sin embargo, nunca debemos olvidar estas dos realidades:

 

Primero, el diablo es un enemigo derrotado por Jesús, y sin cabeza. Colosenses 2:15 dice: “Dios les quito el poder a los espíritus que tienen autoridad, y por medio de Cristo los humilló delante de todos, al pasearlos como prisioneros en su desfile victorioso”. Cuando Jesús murió y resucitó sucedieron estas cosas, y son una realidad espiritual determinante para nuestra fe. Este enemigo muerto ya tiene las horas contadas en el mundo por la soberana voluntad de Dios Padre. 

 

Segundo, debemos vivir todos los días sabiendo que las acechanzas del diablo son algo real, y que pueden lastimarnos. Por eso el llamado del apóstol Pablo hacia toda la iglesia es para enfrentar la vida como una batalla espiritual, una lucha legítima necesaria que todos debemos enfrentar. Pero que nuestro Señor nos ha dado una clara estrategia, y una guía contundente y sencilla para permanecer firmes en la fe, para resistir ante las batallas fortalecidos y vencedores, y sobre todo, para seguir sirviendo al Señor para cumplir la gran comisión que nos dio: “Ir por todo el mundo, y predicar el evangelio a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.”

 

Amados hermanos, no debemos pelear nuestras batallas con recursos terrenales solamente, porque estos nunca serán suficientes para resistir y permanecer firmes. Dios es capaz de proveer toda clase de soluciones, pero es necesario comprender que los recursos más importantes que necesitamos todos los días provienen del Espíritu de Dios. Dios nos ha dicho en Zacarías 4:6 que, “no con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.”

Me gusta mucho la frase de un comentarista bíblico que dice: “El Espíritu Santo comunica el poder del resucitado a la experiencia de la vida de los que están en Él.”

 

En Mateo 28:18, cuando Jesús entregó la gran comisión a sus discípulos, les dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra, por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones…” Por eso debemos creer que la fuerza que recibimos cuando permanecemos en el Señor es la misma fuerza que proviene de la potestad y la autoridad de nuestro Salvador.

 

 Nuestra lucha no significa ir y encararnos contra el diablo, porque eso ya lo hizo Jesús, y venció. Nuestra batalla se trata de fortalecernos, permaneciendo en una comunión sincera y cotidiana con el Señor, y con su Santo Espíritu, y mediante esa comunión resistir, esperar en Dios, y estar firmes en la fe.

 

Los invito a apartar un tiempo de oración y reflexión con Dios, para pedirle con toda sinceridad que Él nos enseñe a luchar legítimamente en todas las batallas que enfrentamos; y que Él conmueva nuestro corazón todos los días para que nos acerquemos a su presencia y seamos llenos del Espíritu de Dios para recibir la fortaleza que viene de la autoridad de Cristo.

Hermanos, deseamos que todos estemos preparados con toda la armadura de Dios para enfrentar las batallas de la vida, permaneciendo firmes en la fe, y venciendo en el Nombre de Jesús.

La oración, la lectura bíblica humilde, y la alabanza, son las principales armas que debemos tomar todos los días, para estar preparados cuando el enemigo aceche.