LLENOS DEL ESPÍRITU DE DIOS



DEVOCIONAL 16

“Así que tengan cuidado de cómo viven. No vivan como necios sino como sabios. Saquen el mayor provecho de cada oportunidad en estos días malos. No actúen sin pensar, más bien procuren entender lo que el Señor quiere que hagan. No se emborrachen con vino, porque eso les arruinará la vida. En cambio, sean llenos del Espíritu Santo cantando salmos e himnos y canciones espirituales entre ustedes, y haciendo música al Señor en el corazón. Y den gracias por todo a Dios el Padre en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo.”

 

Efesios 5: 15-20 (NTV)

 

 

El tiempo es un regalo muy frágil que Dios nos ha dado. Es frágil porque es fácil malgastarlo o perderlo cuando no se usa conforme a la voluntad de Dios. Así que es un regalo que requiere que doblemos nuestras rodillas en diligencia para aprovecharlo al máximo en esta vida efímera.

En estos tiempos abunda la maldad, por eso necesitamos aprovechar todas las oportunidades favorables que Dios nos da.

 

Aprovechar bien el tiempo requiere de entendimiento en el corazón para agradar a Dios y hacer su voluntad. Y el glorioso recurso que nos da el Señor para este fin es la llenura del Espíritu Santo. El apóstol Pablo nos invita a “beber del Espíritu de Dios”, como un refrescante manantial de vida que edifica nuestra vida, y llena nuestros corazones como ningún placer en este mundo puede hacerlo. Procuremos, entonces, por medio de la oración ferviente, ser llenos, y beber del Espíritu Santo, en vez de beber de los placeres de la vida; y evitemos todo lo que pueda contristar a nuestro buen Consolador.

 

La embriaguez es uno de los pecados que mas ofenden a Dios, porque nunca viene sola, sino que conduce a los seres humanos a muchos otros males y perversidades.  Pero en este pasaje, la embriaguez también representa malgastar el tiempo, y la vida, en una forma ruinosa, indigna, y atrevida.

 

Pablo marca un contraste abismal entre beber del Espíritu de Dios, y beber vino, que frecuentemente causa embriaguez.

En los tiempos de la iglesia primitiva, las personas que eran llenas de la presencia del Espíritu Santo de Dios en su interior manifestaban mucho gozo, alegría, y felicidad, y por esa razón se les asociaba con el efecto que producía el vino en la gente, pero la gran diferencia de la llenura del Espíritu de Dios es que este produce un gozo, y una alegría, que nunca se agota, y que trae verdadera felicidad y plenitud al alma del creyente. Porque también una cosa es segura: El Espíritu Santo no puede convivir, o cohabitar, en un corazón o en una mente que busque influencias o excitaciones perturbadoras para estar satisfecho en la vida, sino que él busca una mente bien equilibrada y piadosa para llenarla de una vida provechosa y productiva para Dios.

Beber del Espíritu Santo hace que las personas expresen gozo, no con cánticos ebrios o mundanos, sino con himnos de fe en Cristo Jesús, que expresan gratitud. El vino del Espíritu Santo nos da una elocuencia verdadera, no una elocuencia espuria.

 

Ser llenos del Espíritu de Dios no es una condición que termine con una sola experiencia, sino que es reabastecerse, una y otra vez, para llegar a ser creyentes verdaderamente entendidos de la voluntad de Dios, que aprovechan bien el tiempo, y que andan con sabiduría en la vida. Es una llenura que necesitamos frecuentemente.

 

El Espíritu Santo llega a nosotros cuando llenamos nuestra vida de oración ferviente, de una alabanza expresada con gratitud a Dios, y de la comunión que tenemos como iglesia para orar juntos, para cantar juntos, y para animarnos unos a otros en la fe. La iglesia necesita ser llena del Espíritu de Dios.

Todo el Pueblo de Dios tiene razones para cantar de júbilo. Y aunque no siempre estemos cantando, si debemos de permanecer siempre dando gracias a Dios por todo. Nunca debe faltarnos la disposición para esta labor tan gloriosa de ser llenos del Espíritu. Por eso es importante ser diligentes, y tener el hábito de reunirnos como iglesia, porque la separación priva a las personas de una relación íntima con Dios. Busquemos el hábito de congregarnos, para ser llenos del Espíritu Santo, y para aprovechar bien el tiempo.