NUESTRA FUNCIÓN COMO IGLESIA – PARTE 1



DEVOCIONAL 08

“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo…para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él; por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria.”

Efesios 3: 8-13

 

“…Hablaban de las cosas que ahora les han anunciado los que les predicaron el evangelio por medio del Espíritu Santo enviado del cielo. Aún los mismos ángeles anhelan contemplar esas cosas.”

1 Pedro 1: 12 (NVI)

 

Hoy, más que nunca, es necesario que comprendamos la gran importancia del cuerpo de Cristo, que es la iglesia. Jesucristo es la cabeza de todo lo que somos como iglesia, pero nosotros somos su cuerpo aquí en a tierra, por lo cuál, este cuerpo debe reflejar la gloria de Jesús.

El apóstol Pablo nos transmite, con mucha claridad, a través de este pasaje, la función principal de la iglesia, y por lo tanto, el “papel” que cada uno de nosotros debemos desempeñar para experimentar la gloria del cuerpo de Cristo.

 

Lo primero que necesitamos comprender es que el evangelio que anunciamos, es un mensaje que contiene las “inescrutables riquezas de Cristo”; Esto significa que, las riquezas del amor de Dios, y de su gracia para con nosotros, no tiene límite. Cualquier investigación humana queda limitada ante la dimensión infinita de la gracia y sus consecuencias. No hay forma de medir, o calcular, todo lo que Dios puede hacer en tu vida por medio de la gracia de Jesús derramándose en tu corazón. Esto debe animarnos para que la fe permanezca en nuestro corazón, con el fin de que sigamos buscando, sin desmayar, las inescrutables riquezas de Jesús hasta la eternidad. Nunca dejes de abrir tu corazón completamente a la dimensión infinita de su gracia y su perdón. 

 

También necesitamos creer, y valorar, que la obra de salvación que Dios ha hecho en nuestro interior es algo sorprendente ante el mundo espiritual. Tal vez no lo podemos ver físicamente, pero la obra de salvación que Cristo ha hecho en nuestro interior, por medio de su sangre, su resurrección, su perdón hacia nosotros, y la promesa de su regreso final, es un hecho que “aún los mismos ángeles anhelan contemplar estas cosas.” Porque cuando el ser humano estaba muerto espiritualmente, sin Cristo, perdido en los deseos engañosos y perversos de su alma,  Dios envió a su Hijo, y por medio de Él, ha creado una familia espiritual, cuyas vidas están escondidas con Cristo en Dios. Y nosotros, la iglesia, somos esa familia espiritual, gloriosa, que compartimos el tesoro de comprender que, sin importar lo que suceda a nuestro alrededor, nuestras vidas están escondidas con Cristo por toda la eternidad.

Nadie tiene porque sentirse solo, debemos ser una familia espiritual que refleje la gloria de Cristo, porque ya somos los recipientes de las incalculables riquezas de Cristo. Este el mensaje que necesitamos reflejar en estos tiempos.

 

Pero no cumpliremos esta misión con actitudes de autosuficiencia, de independencia, o de capacidad individual. Más bien, necesitamos tener un corazón humilde como el apóstol Pablo, quien escribió en 1ª de Corintios 15:9, “Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.”

Nuestra función, para poder reflejar la gloria de Dios como iglesia, es tener un corazón genuinamente humilde para con todos los que nos rodean. Pidamos a Dios que nos de un corazón así, humilde, para que la gracia que hemos recibido de parte de Cristo no sea en vano en nosotros. Consideremos nuestra vida como “la más pequeña entre toda la iglesia.”